Los cristianos primitivos no dejaron muchas referencias a los ángeles, pero Justino Mártir, uno de los primeros apologistas cristianos, dijo que a los ángeles se les ofrecía la más grande veneración. Atenágoras de Atenas (s. II), un filósofo cristiano, dijo que los ángeles habían sido ordenados por Dios a ocuparse de los elementos, de los cielos, y del mundo.
En el Siglo IV, Eusebio de Cesárea (c. 275 – 30 de mayo de 339) hizo una distinción entre el culto a los ángeles y la adoración a Dios. San Ambrosio recomendó oraciones para los ángeles.
Desde el Siglo V se erigieron muchas iglesias en honor a los ángeles, especialmente a San Miguel. En las litanías más antiguas, se invocaba a los arcángeles Miguel y Gabriel después de la Trinidad y antes de la Virgen María.
El temor a la superstición hizo que ese culto no llegara a ser público, aunque parece haber continuado o resurgido siglos más tarde. En el siglo VIII, un predicador llamado Adalbert revolucionó a la Iglesia con sus invocaciones a los ángeles. Usaba sus propias oraciones y nombres de arcángeles que no eran aprobados por la Iglesia: Uriel, Raguel, Tubuel, Adinus, Tubuas, Sabaoc y Simiel.
San Miguel Arcángel fue hasta el siglo IX casi el único ángel festejado. Se celebraban famosas apariciones del arcángel o dedicaciones de templos en su honor. Las dos celebraciones más importantes que sobreviven hoy en día son la del 8 de mayo, que recuerda la aparición en el Monte Gárgano, y la del 29 de septiembre, que festeja la dedicación de una iglesia en la Vía Salaria, en Roma.
Esta última es la fiesta que celebra la Iglesia Católica Romana en honor a San Miguel Arcángel y todos los ángeles.